viernes, 19 de junio de 2009

ME LLAMAN PROFE...NO PUDE SER MAESTRO(1)





Jairo Aníbal Moreno
A la raíz va el hombre verdadero. Radical
no es más que eso: el que va a las raíces.
No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”.
(J. Martí)

Me llaman profe…

Aunque tengo una profesión porque “ejerzo una ciencia, un arte o un oficio”[2] y la desempeño con sumo afecto, compromiso, pasión desbordada e “inclinación voluntaria,” creo que profeso poco o casi nada. Realmente no tengo profecías, poseo el infortunio de carecer del don sobrenatural para predecir o tan solo “conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras” Debo confesar con cierta pesadumbre que no he sido, ni soy, y tal vez nunca seré profeta. No tengo ni el poder ni la intención para, a partir de conjeturas, adentrarme en el futuro. Así que profeso poco, no tengo profecías, no soy profeta, pero todos insisten en llamarme profe. Algunos lo hacen con cariño, otros con ternura y respeto de discípulo y no pocos con indiferencia.

Me llaman profe, aunque muchos rituales profesorales me causan salpullido, aunque nunca en mis encuentros pedagógicos solicito a nadie que sea breve y concreto. Con algunas excepciones (los cuentos breves, por ejemplo), desconfío de la brevedad, de la levedad, de la superficialidad, del apuro, que es a veces tan sólo displicencia para enfrentar los encargos académicos. Por su parte, la concreción como norma, como estilo, como consigna, como marca cognitiva, como rasgo de personalidad, me parece necesaria y hasta admirable en los escolares iniciales, a los que la ciencia cognitiva denominó operadores concretos, pero me conmueve en los adultos. En ellos, humanos destinados a la fatiga de lo abstracto, a las emociones y rigores del discurso, el destino es otro: la palabra que sugiere, el indicio que promueve, el signo bosquejado, el sentido que tan sólo asoma en las crestas de la imagen.

Me llaman profe aunque mi mandato de trabajo siempre fue: no dictar, no dictado, tampoco dictadura. Aunque más allá del libro, profeso con la vida. Aunque siento un desafecto radical por los contenidos sin perspectiva, sin argumento, sin alma, sin carne, sin escuela. Aunque no adoctrino con el texto ni con el reglamento. Me llaman profe aunque jamás ordeno marcar con una X, la respuesta verdadera”. La verdad, prefiero las preguntas y las respuestas alternativas, divergentes, novedosas e insolentes. Sospecho- si es que existen - de las respuestas verdaderas, inmutables, perennes y absolutas. Además profeso, eso sí, y debo confesarlo, un malestar neurótico por las X, una repulsión compulsiva por las dobles y las triples X. La x me parece la firma del verdugo, la marca del vaquero, la impronta de las ovejas negras que pierden la cabeza a manos de las ovejas blancas, inofensivas, comunes y corrientes. En la X, se advierte la señal con la que en las listas negras los miles de maestros y estudiantes han sido sentenciados a morir por no haber sido breves ni concretos; por no haber marcado con una x la respuesta verdadera.
Quise ser maestro.
Me llaman profe, pero quise ser maestro. No sé si esto ocurrió por vocación inscrita milenariamente en mis códigos genéticos, o por un anzuelo aleve del destino, o por el capricho enfermizo de la abuela o por aquello que escuche de José Martí en boca de ella aquella noche.

José martí, recuerdo que me dijo, fue un célebre pensador, político, escritor, maestro y prócer
[3] cubano- español, muerto combatiendo por su patria. En 1877, en Guatemala deja testimonio de dos cuestiones ligadas por el mismo nervio: El amor. Contaba mi abuela que allí se enamoró de una niña (quien muere de amor) inmortalizada por él en un hermoso poema y que además, o quizás por ello, expresó ante educadores de la región, la sentencia que sesgó mi vida desde entonces: “Y me hice maestro, que es hacerme creador”.

“Y me hice maestro, que es hacerme creador”, es decir, creativo, amante de la duda, de la incertidumbre, de la sorpresa, del movimiento, la contradicción y el cambio. Estas palabras escuchadas cuando culminaba apenas mi primer quinquenio de vida, sentenciaron fatalmente mi futuro. Quedaron cancelados desde entonces todos los proyectos infantiles. El sueño inicial de ser bombero, soldado de la patria, policía del barrio, misionero, fue canjeado por el de ser maestro. Las armas y los catecismos perdieron con este nuevo sueño. Ser maestro me igualaba a Dios y ésta es una ilusión muy fuerte en las filosofías infantiles, mágicamente animistas y genialmente creadoras.
Así que quise ser maestro. En principio, algunas acepciones del término recopiladas de memoria en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, me eran suficientes. Admiraba - y sigo haciéndolo - la productividad del “constructor de obras, el albañil con pericia”; del “Cocinero mayor, que manda y dirige a los dependientes en su ramo”. Aún envidio, por lo fascinante, el trabajo del maestro de obras, quien así haya paro de maestros puede al final de la jornada dar testimonio irrebatible de su labor. En la pared erguida que ocho horas antes tan sólo era ladrillos esparcidos, está el producto inmediato de su esfuerzo. Cuantos insomnios he intentado distraer buscando señales efectivas de mi trabajo docente. Paredes construidas, muros de la vida o de la infamia.
Por el contrario, otros significados del vocablo “maestro”, hoy vigentes y a veces aplaudidos en las comunidades educativas occidentales, fueron desde el comienzo descartados. Nunca quise ser, por ejemplo, maestro torturante. Me negué a querer ser “quien ejecutaba ciertos castigos o la pena capital”. Con el castigo de ir a la escuela era suficiente. Qué mayor castigo que llegar a ella cargado de emociones apagadas pronto entre tantos palitos y bolitas; asistir a los cuatro años, pleno de saberes que se ahogan rápido en renglones que no pueden desbordarse; qué mayor penalización que liquidar la energía preescolar en filas interminables y uniformes que domestican precozmente el entusiasmo. Qué mayor condena que culminar la escuela con la sabiduría primera transformada en problema de aprendizaje, en diagnóstico letal. Tampoco quise ser “El que afecta magisterio en cosas inútiles o ridículas”. Si bien las tareas inútiles y ridículas no son excepciónales en la escuela colombiana, convertir la inutilidad en propósito me pareció siempre, como canta el tango que gustó poco a las dictaduras argentinas, una falta de respeto y un atropello a la razón.
De igual manera, no quise ser maestro en el sentido de Señor o Dueño, idea tan querida todavía por ingleses y franceses. Dueño de nada. Ni siquiera la miseria que me agota me pertenece. Todo me fue arrebatado desde antes de nacer: el universo me lo quitó Copérnico, somos terrenales - dijo - habitamos un lunar perdido e insignificante del planeta; el predominio entre los seres vivos lo perdimos con Darwin y finalmente, la conciencia, la posibilidad de ser dueños de nosotros mismos dejo de ser una posibilidad desde Freud. Me queda un sueño. El sueño de poder soñar con ser maestro.
Así que soñé con ser maestro de un modo diferente. Me entusiasmé con los laberintos de lo humano; me imaginé comprendiendo la vida con generosidad, sin recatos ni límites, con actitud de búsqueda, con disposición para el conflicto inteligente, con capacidad de propuesta, deliberante y sensiblemente discursivo. La fantasía de poder algún día articular el universo en una palabra, en una mirada, en un gesto indagador, estuvo allí desde entonces acosándome. Ser radical tal y como Martí, lo señalaba (evocando a Marx), fue otra arista de mi sueño. Atacar los problemas por la raíz, ir al fondo, al ombligo mismo de la naturaleza humana, ser un Hombre verdadero (me enseñó la abuela), es una condición primordial para”magisteriar”.
Otra señal de calidad en el ejercicio profesional, puesta en el mapa que habría que habría que recorrer, es la pericia para esquivar riesgos, la habilidad para generar crisis, para ser cognitivamente crítico. Esto obliga a tener, como se dice ahora, pensamiento complejo; a procesar el mundo de manera dinámica creativa, abarcadora. Obliga, igualmente, a comprender con amplitud y presteza las señales del entorno; a ser virtuoso en el arte de conectar lo inconectable; de aplicar lo tradicionalmente inaplicable; de rescatar lo indecible. Ese fue el tamaño del proyecto.

Tal fue la ruta diseñada. Ser maestro, tener maestría, es decir, ser alguien” De mérito relevante entre los de su clase”; alguien totalmente convencido de que sin maestros, la historia de la humanidad, el curso de la ciencia y la misma vida, serían cuerpos descarnados, textos crudamente destejidos.

No pude ser maestro.

Hoy, cuando se están angostando las cosas por-venir, me veo muy lejos de la meta. Encuentro y me encuentro muy poco edificado. La vergüenza de no ser, el dolor de no haber sido, me llevó a aplicarme una prueba especializada[4] que recomiendo a mis colegas afectados por la misma desesperanza. Es un examen sencillo, además breve y concreto. Sólo requiere marcar con una X ( o si prefiere con un chulito) la opción verdadera o más próxima a nuestras concepciones, juicios y prejuicios docentes. Nos avisa si somos y de qué tipo, maestros o profesores.

Contestemos sin desánimo. No se deje apabullar por su simpleza (la de la prueba). Contenga el malestar por su desmesura e irreverencia (también las de la prueba). Puede ser una experiencia catártica cuyo resultado tal vez no nos haga más felices, ni más sabios, pero sí nos ayude a delinear la trama actitudinal de nuestro hacer profesional. Marque ya para cada ítem alguna de las siguientes opciones: si, no, cuando me conviene, no comprendo la pregunta.

¿Seré, yo maestro? ¿Seré yo, maestro? ¿Seré yo? Maestro.

Es usted de los que creen que
ENUNCIADO SI - NO - cuando me conviene - No comprendo la
pregunta
1 en el ejercicio docente no es menos importante el
horario y la fecha en el calendario a que las ganas
se junten.
2 el título del libro de Frank Smith:”De cómo la educación
apostó al caballo equivocado”, es francamente imbécil
o ridículo.
3 no es inapropiado afirmar que los maestros menos
inhábiles son aquellos que no se salen nunca del tema.
4 Una película de Macho Vidal, o cualquier otra, vista
por no hacer otra cosa, no es menos emocionante
que una actividad de gimnasia verbal.
5 “la culpa es de uno cuando no enamora y no de los
pretextos ni del tiempo”, es un verso de Benedetti,
que no tiene relación con las prácticas pedagógicas.
6 El trabajo magisterial es demasiado serio, no admite
juego, incertidumbre, humor ni indisciplina.
7 Si somos tan pequeños que no nos cabe la menor
duda, no es por efecto del trabajo docente. En
cualquier caso, no tener dudas es un a circunstancia
pedagógicamente positiva.
8 La creatividad no es el principal insumo para
el ejercicio profesional del maestro.
9 Le corresponde siempre al docente, nunca a un
sujeto externo a la clase y menos a los estudiantes,
el rol de evaluar y calificar el desempeño de los aprendices.
10 Un buen docente nunca debe permitir contradicciones;
debe sancionar ejemplarmente los errores.
11 La función esencial del profesional de la educación es
explicar y hacerlo bien para que los temas de clase y
la información de los libros se comprendan.
12 La política es un tema ajeno a la escuela. Es la
causa fundamental de tanta pérdida de clase.
13 Ninguna de las preguntas anteriores tiene que
ver con la calidad de la enseñanza

Si contestó NO a todas las preguntas. Malas noticias. Es un GRAN MAESTRO. El mejor. El más grande. Sin embargo, Puede estar en riesgo. Seguramente ya se encuentra en la mira de los bárbaros. Si no está desempleado, puede estarlo pronto. Tal vez eso no lo angustie porque usted es de las personas que se emocionan más por el trabajo que por el puesto. Tiene una actitud perfectamente ajustada a las necesidades de las tareas que la sociedad le encomienda. Pertenece a una especie ya casi extinguida por la inmediatez de la cultura uniformada, concreta y progresivamente leve. Según Guilford, su creatividad está en un punto muy alto. Es cognitiva y lingüísticamente flexible, fluido, original y versátil. Condiciones que si bien son definitorias del pensamiento superior, son repelidas por amplios sectores de la escuela nacional, morbosamente inflexible, penosamente irracional.

Si contestó NO a por lo menos 7 de los cuestionamientos formulados y no señaló ningún ítem con cuando me conviene, o no comprendo la pregunta, es un BUEN MAESTRO. Podría continuar siéndolo. Es un tanto descarriado para el gusto oficial, pero es un buen maestro y seguramente también un maestro bueno. Es usted de los que todavía disfrutan el trabajo. Le animan aún los aprendices audaces, las ovejas negras de la clase, del colegio, del país. Lo seducen quienes lo hacen tartamudear con sus preguntas. Si sigue camuflado, si no se deja descubrir por el prefecto de disciplina o por el policía de la esquina, o por algún colega envilecido, llegará lejos. Quedará inscrito en la memoria emocional de sus discípulos.

Si por el contrario, contestó SI a no menos de 5 preguntas, marcó algunos ítems con cuando me conviene, pero al tiempo punteó menos de 5 veces la casilla no comprendo la pregunta, es un PROFESOR JUICIOSO. No importa mucho que se le perciba un poco acomodado a las circunstancias, ni que sueñe de vez en cuando con un látigo en la mano. Es usted, de cualquier forma, candidato para ascenso en el escalafón. Siempre estará sobrecargado de aplausos y responsabilidades académicas. Inspira confianza, respeto y también algunas envidias de cofrades menos exitosos.

Si es el caso de que hubiera señalado (y éste sí es el mìo) con SI más de 7 opciones o de que hubiera marcado no comprendo la pregunta en más de 5 ocasiones, usted quedaría conmigo - y de inmediato - en cuidados intensivos. Aquí hay poco que decir. De cualquier manera, sería difícil comprender lo que se diga. El manual del test nos remite a la página 666. Allí dice textualmente:

Hola, profe. Bienvenido a nuestra escuela, así te sientas
un pobre pobresor.

Eso soy, para desconsuelo de mi abuela, vergüenza de Martí y escaso aprecio de los tres amigos que me quedan. Ni para construir pruebas coherentes serviré.

NOTAS
[1] Texto de la serie en elaboración “Papelones para tertuliar”, motivada por conversaciones en el aula.
[2] Ésta y las siguientes expresiones entrecomilladas corresponden a definiciones del diccionario de la lengua española. De la Real Academia Española. Madrid, 2001.
[3] La relación entre maestro y prócer empecé a entenderla muchos años después. La cifra descomunal de maestros a quienes se les arrebató la vida y la esperanza por ejercer ejemplarmente su profesión, ayudó un poco.
[4] De la batería de tests “Para calibrar angustias y expulsar demonios” que heredé de mi abuela.

2 comentarios:

  1. Profesor Anibal, me parece muy interesante, es una reflexión muy a su estilo, la cual sería estupendo que todos la leyeran y poder hablar acerca de esto. Es más, interesantísimo sería que nuestros docentes de Los Libertadores respondieran este test, pero, jeje sinceramente hace falta tener berraquera y humildad para hacerlo. Lo felicito profe (de cariño) su materia para mí...es la más interesante de todas las que veo actualmente. CPM I Semestre Comunicación Social - Periodismo

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  2. Usted es el mejor maestro que he tenido, gracias por enseñarme a ser maestra, a no conformarme con lo que me dicta el sistema y a estar siempre atenta a escuchar la voz de mi conciencia. Creo fielmente lo que me enseñó: ¡Educar es liberar!

    Ana María Gómez Eslava

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