domingo, 6 de septiembre de 2009

Los placeres ocultos del texto


Apreciados colegas, amigos, compañeros y cofrades,

Remito a mis amigos más sabios, generosos y sensibles, con la idea de que se repare y fortalezca con su lectura, este texto corto, de tono narrativo y personal ( Los placeres ocultos del texto) . Es el primero de una serie de conversaciones pedagógicas. Unas publicadas y otras, todavía buscando un rincón en la academia.

Agradezco, como siempre su lectura.




CONVERSACIONES CON YURANI
los placeres ocultos del texto[1]

Jairo Aníbal Moreno[2]

“Papi, yo también quiero crecer”
(Y.M.)

“Ya sabemos cómo es sin respuestas, pero
¿Cómo sería el mundo sin preguntas? (M.B.)

¿Cómo sería tu mundo sin preguntas? Sin ellas, CRECER, sería tal vez una ambición irrealizable.

Para que no falten los dilemas en tu vida, para avivar, solidario, tu deseo de crecimiento, te he traído hoy el mejor de los juguetes: Un juguete milenariamente novedoso; un juguete que al final tendrá más vida que la nuestra junta y que - con seguridad - estará aún joven despidiéndonos el día de la partida. Te he traído un juguete nuevo, un monstruo inmortal de cuerpo frágil y alma endurecida; un amigo leal, ventrilocuo versátil, colmado de voces, con millones de sonrisas, misterios y cabezas. Desde hoy tendrás siempre contigo un compañero para tus sueños que, como aquella vieja escoba alada y de relincho silencioso, te invitará generoso a la acción, a la emoción y a la ilusión.

El juguete que hoy te traigo, no lleva el tiquete de importado, no adelgaza tu imaginación. No está hecho para que lo admires fascinada ni para que te convierta en testigo inmóvil de sus acrobacias programadas. No es, como los otros, un juguete que te elimine el gusto, ni la sorpresa, ni el placer, ni tampoco el riesgo de jugar. No es el trompo de temporada ni el microrobot de vacaciones. Es, en cambio, un juguete sincrético, útil para todos los lugares y justo para todos los tiempos, en cuyo espacio íntimo se unen las alegrías y las desesperanzas, entrecruzándose allí mismo, las fronteras de la realidad con los linderos de los imposibles. Para que juegues a buscar tu libertad, te he traído un libro.

Un libro sigue siendo el mejor de los juguetes, mucho más hoy cuando los niños como tú se comercian a buen precio en los mercados de la infamia. Lo es con más razón ahora cuando, balas perdidas, sádicos voraces y enemigos de la vida, han expulsado a los niños de la calle, extinguiéndoles el dominio de los parques y con ello la oportunidad de vivir y crecer cerca de la vida misma, al lado de sus constantes estallidos cotidianos. Hoy, Te he traído un libro para que te acompañe en este apartamento, privado de lugares mágicos. En este corral sin mares ni albercas para tus barcos y sueños invencibles.

Un libro es un juguete que como ninguno puedes y debes armar y desarmar, romper y componer. Es una quimera que cambia permanentemente de forma, no siempre delante de tus ojos, sino generalmente lejos, allá en el jardín encantado de tus fantasías. Cambia su forma, remodela su ropaje, no por la acción directa del botón que lo controla, sino por tus manipulaciones creativas. Es un juguete con valor de eternidad. No es como la “Barbie” ni como la lavadora en miniatura; no se parece a la secadora de pilas que exprime tus vigores; tampoco es como la estufa plástica, limpia y rosadita, que igual a los demás juguetes de tu armario funcionan para acomdarte tempranamente a esta videosociedad morbosamente acelerada. El juguete que te traigo es diferente: te introduce en el mundo de la vida pero no te niega la posibilidad de transformarlo; te divierte sin que paralice tu razón; no castiga ni compite on tus juegos de palabra. Por el contrario, los promueve con vehemencia.

Un libro es un pretexto para el juego de leer; te protege de inmediateces y de certidumbres; rescata del cautiverio tus fantasías; te defiende del acecho de tantos silencios aparentemente promisorios, entrenándote en la vieja profesión de visionaria. Jugando a la lectura podrás mirar más allá del aquí de tus narices; así, lograrás ver que además de hambre, traiciones y desidias, la vida tiene alegrías reservadas para quienes consigan sobrevivir al más moderno de los naufragios de la especie humana: El Eclipse de la Letra, convertida hoy en un signo de regreso hacia el silencio.

Al lado de las hambrunas , epidemias y pandemias tercermundistas, el eclipse de la letra nos bosqueja un destino incierto, al que por falta de lectura, llegaremos irremediablemente escasos de memoria; es decir, sin más testimonio de la novela humana que las pocas señales sensoriales que cada uno alcance a guardar temporalmente en sus archivos cerebrales. La gran memoria de la humanidad, esa que se instala en las letras de los libros y que es preservada por cada jugador en la lectura, existirá mermada en el futuro que ya llega y al que sin remedio no estamos ni estaremos bien-venidos.

O que ya llegó. ¿Recuerdas la última novela que leímos? La de Ray Bradbury, aquella que decían era de ciencia ficción porque hablaba de una extraña sociedad de bomberos incendiarios, quemadores de libros y de ideas. Fahrenheit 451 es su título , “La temperatura a la cual el papel arde y quema), se explicaba más abajo.

En dicha obra, escrita décadas atrás, se auguraban ya las peripecias del lector moderno: ejecutor de un juego peligroso y prohibido. Aquí, en nuestras comarcas citadinas, lo mismo que en la sociedad de la novela, leer es una acción no favorecida porque obliga a pensar y es pensando como ciertamente descubrimos las franjas grises de la vida. “Leer obliga a pensar y pensar arriesga el equilibrio, amenaza la felicidad”.

Leer, -allí y aquí, antes y ahora- es un juego peligroso porque en él se encuentran las claves del futuro. Por él, el lector arriesga quizás su felicidad al colocarse de frente a la verdad. Es cierto, por los caminos de la letra nos cercioramos de que la vida no siempre es como la soñamos, sino tan sólo como es, es decir, con fracasos, con tropiezos, con dictadores, con dioses castigadores, con gobernantes torpes, corruptos e intolerantes, con profesores neuróticamente apegados a las formas y con no pocas amistades desechables.

Tú, que a los tres años de edad eres ya consumidora habitual de la industria informativa y víctima de su violencia simbólica, ya lo aprendiste: también aquí como en el país de Montag (protagonista de la novela) el libro, la lectura y el lector son penalizados por leyes anónimas e inviolables. Entre nosotros merodean camuflados bomberos incendiarios con la misión de quemarnos las ganas de Leer y amparanos, de paso, del infortunio del Saber. Todos, como en el país de Montag, tal vez tenemos la obligación de ser felices. Comprometer los afectos y los pensamientos intentando desentrañar los misterios placenteros de la letra, es un acto cada día más desafiante, una tarea irreverente y peligrosa.

Quizás tengas razón en lo que piensas: el juego de leer, no parece tener mucho sentido en esta cultura tiranizada por las cosas que le han tomado enorme ventaja a las palabras. Jugar a leer en esta sociedad movida por el afán, el desconcierto y el concretismo no deja de ser en apariencia, una conducta anacrónica y tediosa. “Somos tan sólo un desgarrón de las cosas” anunciaba Foucault, hace no más de cuatro décadas, provocando la indignación de ciertas conciencias racionalistas de mitad del siglo pasado. Ahora, cuando la existencia humana se ha cuadriculado tanto, volviéndose la vida en extremo previsible, su célebre sentencia ha pasado de ser una metáfora desafiante, para constituirse en una manifestación real del opacamiento del espíritu humano, merced al imperio de las cosas, en cuya dictadura se estrangula la palabra y con ella la poesía, los juegos creativos y a los niños.

En esas circunstancias el libro no podría dejar de ser una cosa más; una mercancía promocionada con arreglo a las leyes del consumo y de la sociedad que consume y se consume. Como “Leer es aburrido” y hay tan poco tiempo para ello, la literatura ha sido condensada en breviarios insustanciales de ágil revisión: “Lea los clásicos en diez minutos” Aquí tiene el resumen con la interpretación incluida. Cambio análisis de Romeo y Julieta por DVD repetido de Nintendo.
Tú lo viste y escuchaste muchas veces. Lo viste y escuchaste en la Internet que nos atrapa, en el periódico de turno y en la televisión que te cautiva. También proveniente de cualquier cerebro de goce apaciguado, escucharás muchas veces que:

Si no quieres leer, te puedes salvar bajando el resumen de la red que lo sabe todo, que lo tiene todo, que permite todo. Ahorrarás entonces tiempo y energía”. Te habrás salvado de leer.

Después escuchar tantos consejos ventajosos, no me sorprende tu pregunta: ¿Para qué leer?- Para que tengas algo que decir cuando tengas que decir algo –fue mi respuesta-, que hoy reconozco, como todo lugar común, simplista e impertinente. Creo que tienes razón: pocas veces tenemos la ocasión o la urgencia de decir algo nuevo. Uno, como le gustaba decir a Lacan, nunca dice nada más que una misma cosa.

Y si todos somos repetidores de frases repetidas; si la palabra ha caído por el despeñadero de la inercia; si nos educan más para reproducir y creer que para pensar y crear; si nos forman más para consumir que para imaginar; más para ver que para soñar, cuándo y para qué tener algo que decir? El universo del verbo es cada día menos ancho y más ajeno. La verdad es que ante las promesas de confort y el apremio sugestivo de las cosas, cuesta mucho: “Decir que no, decir no quiero” –C
como en el poema de Benedetti-. Te mantienes digna, por un tiempo leal a tus principios, hasta que un día extiendes la mano y vez que nunca más puedes cerrarla y empiezas entonces a existir de afán, angustiada, con la mano por siempre pordiosera, entonces tus encuentros afectivos se trivializan, tu comunicación se angosta, tus rutinas se monotematizan. Luego intentas cambiar, enriquecer tu vida y por momentos lo consigues, pero bien pronto ingresas a una rutina semejante a la anterior.

Todo parece estar dispuesto entonces para que la incomunicación y el estereotipo sean la norma. De tal manera que cualquier intento por burlar el cerco, que cualquier maniobra pensada para escapar de la pasividad del rebaño, son actos controlados de manera fácil. Como en el cuento de Monterroso que tanto te gusta. Aquél en donde las ovejas que se salen de la norma, las que dan un paso al frente y deciden liderar su propia historia, las negras, son irremediablemente fusiladas. ¡Cuidado! Este juguete puede convertirse en una de ellas. Después de cada juego con él te sentirás más hábil para ir por tus medios programando tu destino. Con cada jugada te sentirás más libre y eso gusta poco a tus profesores y verdugos, quienes tienen la misión oficial de forjar tu disciplina. El juego de leer no es, entonces, una acción inservible, nada como la lectura. Ella te llena de muchos ojos mágicos, para que conozcas de la realidad sus rincones escondidos. Nadie como un libro te afina el oído y la sensibilidad para interpretar el canto polifónico de la vida, en el que , las diversas voces humanas corean a su modo sus vivencias.

Es por eso que desde hoy quiero que le arrebates a tus otros goces un instante para que juegues a leer. Cuando puedas descansar de tus carros autotransformados y de tus muñecas de pasos calculados, encontrarás en la lectura mejores poderes y esperanzas. Tienes que entenderlo: Leer es un juego libertario y el texto es un juguete luminoso que se renueva en tu mente sin cesar. No es desechable. El texto es un juguete solidario con tu historia; es el episodio que prolonga tu destino, es el amigo y compañero permanente.

Leer es jugar a encontrarnos y a encontrar a los otros en las letras. Ese juego te rompe el uniforme, te hace diferente, te recuenta las versiones, aversiones, diversiones y perversiones acumuladas por quienes nos antecedieron con su drama en este mundo de contradicciones. El libro es un juguete que audas a construir, a reformar,a destruir. Es un espacio abierto a tu talento, permeable a tus ideas y tolerante con los latigazos de tu imaginación.

En la medida en que puedas participar activamente de las construcciones, reconstrucciones, destrucciones y proyectos del juguete, serás verdaderamente protagonista de una travesura placentera por la cual tendrás ocasión de reinventar tu prehistoria ya olvidada: En la libreta de registro de tus progresos diarios está escrito que tus primeros entretenimientos siempre estuvieron acompañados de palabras: cancioncillas, rondas, trabalenguas. Todos juegos de lenguaje.piruetas de palabras. Recuerdo que cuando aún las palabras no habían llegado a tu vida para llenarla de fortunas y de trampas, ya jugabas en la cuna a producir sonidos que excitaban tu garganta. Luego, por algún tiempo, prolongaste tu diversión con las palabras, entonces contabas historias increíbles; exprimías de los libros las palabras y sacabas de ellas los significados: todos falsos pero propios. No conocías las formas de las letras. No sabías leer pero si disfrutabas ya con los placeres de ese juego.

Así eras: feliz y eficiente iletrada hasta que un día tuviste una silla en el colegio. Dejaste entonces de ser lo primero y lo segundo, se te notaba un poco menos. Allí, guardaste por un tiempo tus igenios. Aprendiste a dibujar bolitas, a acumular palitos en las hojas mientras domesticabas tus goces y tus sueños. A punta de rigor y reglamento encarcelaron la pasión. Aprendiste a contar y te volviste grande. Empezaste entonces a contar monedas y defectos de la gente.

En el colegio aprendiste muchas cosas sabias: Te enseñaron a trazar líneas derechas, a no llenar con “tus cosas” los cuadernos; aprendiste a respetar los bigotes, las sotanas y las canas. De repente te poblaste de miedos, comenzaste a archivar tus ingenios; dosificaste tus corajes. Conociste en el colegio otros secretos de la vida, tuviste que modificar significados que creías adquiridos como el de orden, libertad, responsabilidad. Allí, en ese jardín de flores controladas supiste la importancia de las filas, lo mismo que el valor de la obediencia. Así que no te cansabas de llenar de planas tus cuadernos. Aprendiste diariamente que debes, sin estar cansada, descansar en el recreo. Te ilustraron con esmero; las letras perdieron desde entonces su misterio (empezaste a reconocerles su derecho y su revés) y con él cualquier retazo de emoción: no tardaste mucho en asociarlas con fantasmas, con pretextos y castigos.

Es cierto, aprendiste a “Leer” pero olvidaste su valor. No volviste a leer como antes cuando no sabías hacerlo, quizás porque descubriste que las letras “hablaban de cosas tan extrañas para ti”. No encontraste sitio en esos trabalenguas irrepetibles con los que tus maestros pretendían promoverte el gusto por la letra. Aunque contabas de memoria estribillos sin sustancia, tenías dificultades para saborearlos realmente. Todavía desconoces el misterio de aquella historia con la que midieron tus proezas en el juego :



Desprecio a ese preso reprimido y engreído que en este sitio peregrino
Paga el precio de propagar información profana en contra del profeta
Y de otros presuntos próceres probos del progreso. (No del congreso)

La verdad es que tus logros prematuros en el colegio, nos llenaron de orgullo a todos. “Tiene los cuadernos ordenados, la letra no se sale de la hoja, es muy respetuosa y obediente”, comentaba siempre la maestra. A los cuatro años eras una cuadróloga ejemplar: por más empeño que pusieran todos, nunca podríamos confundirte, distinguías desde lejos los cuadrados de los triángulos (Algún día le sacará provecho a ese saber profundo, vaticinaba optimista la maestra). Con eso compensaste la alegría perdida.

Por eso quiero hoy recordarte tus afectos iniciales por las letras. Quiero que no olvides lo que, sin que nadie te enseñara, ya sabías: que los libros tienen palabras y éstas, letras bondadosas en sorpresas, en olvidos y en adioses, en siempres y en jamases, en sueños, en risas, en verdades y en placeres. Así que lo importante de las letras no es su vestido sonoro, no es su forma por curvilínea, esbelta y seductora que sea, lo realmente importante es lo que tienen clandestinamente escondido para que personas como tú se lo descubran. El valor de las letras, está en que ellas son un armario al que ayudas a poblar con tus deseos.

Aquí tienes este libro. Con él estarás un poco menos solitaria. Aunque un libro es un amigo muy valioso necesitarás muchos más para crecer, es decir, para saciarte de preguntas. Aunque a decir verdad vale más un libro bien leído que toda una biblioteca “sobrevolada” apenas. Por ahora aprovecha éste que tienes, empieza la lectura y darás comienzo a un juego apasionante en donde siempre ganarás. Mientras vas leyendo, es decir, conversando con el libro, dudando de él, confrontándolo, cooperando, vivirás de cerca la victoria.

Leer es un juego que destierra la derrota. Se trata de una adivinanza de múltiples respuestas. Es un juego que tiene sus reglas; tal vez no tan simples como las que te enseñaron tus maestras, quienes creían que “libertad era tan sólo una palabra aguda, que muerte era tan sólo grave o llana y cárceles por suerte una palabra esdrújula.” Ellas creían que el acento de las palabras estaba en la superficie de las letras y no en lo humano de su contenido. Estaban convencidas de que leer era únicamente una actividad muscular y sonora apoyada exclusivamente en los sentidos. Tú esperabas algo más emocionante que dotar de sonido mecánico cada letra que iba siendo recorrida por el ojo. Tú querías aprender a desvestir las palabras, a romperlas y a hacerlas de nuevo florecer. Para estos propósitos necesitaste de un juego más avanzado en reglas y estrategias.

Recuerda las reglas de ese juego. Son de tres tipos: el primero tiene que ver con tus emociones, con tus motivaciones. Ellas se moldean a partir de lo que ves, de lo que escuchas, de lo que percibes en tu casa, en el colegio, y en la calle. Si vives con personas que amen la lectura estarás mejor predispuesta para el juego.

El segundo tipo trata de tus habilidades individuales para el juego. Tu desarrollo personal debe haber sido estimulado para la búsqueda; debes ser experta en tareas creativas. Si logras encontrarle semejanza a cosas que parecen no tenerla como (por ejemplo) un zancudo y una reina de belleza en tanga; si encuentras diferencia en lo que a primera vista se antoja como idéntico, tu rendimiento en el juego será bueno. El hallazgo de las diferencias no es tan sencillo como podría pensarse; se trata de ir más allá de lo uniforme. Así que tendrás que desprenderte de la frase que hicieron famosa Marx y miles de mujeres despechadas: “Todos los hombres son iguales”. Para el caso no te sirve. Te es más útil lo cantado por el viejo Yupanqui: “Las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros…las vaquitas son ajenas”. Así que percibir el rasgo de distinción existente entre elementos vecinos en la forma, en el contenido o en el espacio, es la operación intelectual básica para jugar a la lectura. En general debes especializarte en relacionar: comparar, clasificar, complementar, tranferir, contrastar los pedazos del texto que vas descubriendo. Luego tienes que buscarles conexión con otros textos y con todo lo que sabes de la vida.

El tercer tipo de reglas está vinculado con el juguete mismo. Especifica las cualidades que debe tener para ser entretenido y manejable. Como se trata de un juguete que debe confundirse y acoplarse a las características del jugador, su elaboración precisa de una bien pensada planeación. En mayor medida cuando lo usan de jugadores principiantes. Los no lectores pueden seguir siéndolo por culpa de alguna imprudencia textual: estructural, contextual o temática. Más en detalle, las reglas dicen que debes tener en cuenta lo siguiente:

Para abrir el juego debes estar motivada y enteramente lista. No puedes jugar de mala gana. Leer para conciliar con tu maestra o con tus padres sin otro deseo adicional, es aventurarse a un fracaso innecesario. No se juega a leer para llenar de honores la libreta. De otra parte, tú tienes que decidir el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el hasta cuándo de tu juego. Como jugadora inteligente debes estar anímicamente preparada para desempeñar en la lectura varios papeles simultáneos: serás actriz imaginaria; también adivina y agorera; interpretante crítica, traductora simultánea de las intenciones y pensamientos de los protagonistas, espectadora activa y por último, harás el papel de científica, puesto que tendrás que lanzar sin parar, hipótesis que luego descartarás, aprobarás o reconstruirás acerca del presente y del futuro del juego. Si quieres con tus hojas y crayolas pintar lo que has leído, será beneficioso para el juego. Cuando puedas conversar, dialogar, controvertir, solidarizarte con el texto, habrás comprendido de mejor manera el juego.

Además de lo anterior, necesitas para mejorar tus habilidades, ver menos televisión de la que quienes pretenden amarrarte, te sugieren. Hazlo así y conseguirás mejores condiciones para comprender y gozar con tus jugadas. Leer significa siempre comprender y aunque ello no sea sencillo, es el propósito final que en este juego no puedes eludir. Si comprendes lo que lees, comprenderás mucho mejor tu vida y la vida. Comprender es valorar, es criticar (lo que quiere decir, promoverle al juguete más de una crisis). Comprender es desenmascarar el texto de artilugios e intenciones.

Comprendiendo lo leído no serás sabia, pero sí, más grande. Es probable que no seas la mejor, pero seguramente, serás cada día mejor. Para conseguir buenas comprensiones es urgente que recuerdes lo leído para ir relacionando permanentemente todas las palabras y las ideas del texto, encontrándoles sus complementos y contradicciones. Tienes simultáneamente que buscarle a esas ideas un sitio en la vida, y en tu vida, involucrándolas con el mundo y con tu mundo. Tienes que aislar del texto todas sus partes, desarmarlo, para organizar con ellas un todo que puedas después armar de mil maneras.

Debes seguir los indicios, buscar las huellas, llenarte de sospechas, de visiones anticipadas y de maniobras para comprobarlas. Para que descubras los placeres escondidos del texto es inevitables que leas en él, lo dicho y lo no dicho. En lo que se calla, están generalmente las claves que ayudan a descifrar lo realmente relatado. Tienes que presuponer, sobreañadir e inferir. Estás obligada a cerrarle al juguete todas sus puertas entreabiertas, también a abrirle y fabricarle algunas más. Así que busca en el texto las ventanas y los laberintos; asómate a las primeras y esquiva las encrucijadas estériles de los segundos. Sin todo ello, los placeres del texto te serán negados o serán demasiado tibios para alentarte a emprender nuevas aventuras. Habrá, entonces, acabado el juego para ti.

Finalmente para que el juego de leer te otorgue adecuados niveles de placer, debes exigirle a tu juguete buena calidad. Debe sentirse siempre como un inconcluso. Siempre recibirse en estado de propuesta. Tiene que ser dadivoso en dilemas y en escondites sin que ninguno de ellos sobrepase tu capacidad de búsqueda y respuesta.

El texto necesita ser sólido pero al mismo tiempo vulnerable. Es un juguete que no puede presentar murallas insalvables. Si te deja espacios amplios para tus maniobras y si su estructura, función y contenidos armonizan con tu estructura, función y contenidos, el texto se constituirá en un juguete ideal que no sólo te seducirá para siempre sino que será el más fuerte impulso para tu crecimiento. Hasta ahí, lo esencial del juego. Como han avisado con claridad los nuevos teóricos de la lectura.



El placer del texto es el aspecto
Fundamental del juego de leer; no
Es tan sólo- y como suele creerse-
Un efecto secundario.


Si se cumplen las reglas de tu juego, será tuyo ese placer y vivirás en adelante con la mente desatada, siempre alerta para el vuelo. Tal vez no te colocarás definitivamente a salvo de los engaños, y de las demás mezquindades humanas. Probablemente la lectura no podrá inmunizarte contra las propuestas superficiales de tus enemigos, ni te evitará el insomnio ni la preocupación por tantos desarreglos sociales. Seguramente no. Lo que con certeza conseguirás al lado de los placeres de la letra es abandonar el grupo de los seres humanos incapaces de pensarse a sí mismos y de someter a revisión reflexiva los percances diarios de su entorno. Con la lectura no solamente custodiarás tu capacidad de asombro: también agregarás a tu existencia una nueva dimensión, convirtiéndola en menos provincial y más plural.

Si no es así, si son los bomberos culturales los que ganan la contienda, consiguiendo que te alejes y nos alejemos de los libros, entonces sí que dejará de ser inverosímil la pesadilla de vivir en un país como el de Montag, en donde se siente como algo natural que los niños se maten ente sí.
Toma este libro que te alcanzo.
Juega con él. Cólmalo de
Afecto. Descubre sus caminos.
Arráncale su verdad y entrégale la tuya.

Y pronto sentirás que por cada nuevo libro que incorpores a tu vida, habrá una cadena menos que te agobie.
Porque lectura también es libertad…

[1] Ponencia presentada ( ahora ajustada ) en el encuentro nacional de literatura infantil, Bogotá, Universidad Nacional, 1991.
[2] Psicólogo, Licenciado en lingüistica y literatura, director grupo de investigación SIGNUM, Semillero Signum Aula abierta.

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